Te habías preguntado alguna vez, por qué tantas personas comparten en las redes sociales el plato que se van a comer? Te da curiosidad saber por qué las personas cada vez más, retratan sus alimentos, se retratan con ellos y suben esas suculentas imágenes al internet o se las envían a sus amigos? Sencillamente porque entre la comida y nosotros existe un vínculo social primigenio. Estamos hechos para compartir los alimentos, para ayudarnos unos a otros, para ayudarnos en ese proceso de supervivencia que viene desde nuestros ancestros en el Paleolítico. Todo lo que viene como un "imprint" genético en nuestro organismo tiene unas razones, y es que los alimentos además de ser la gasolina para continuar vivos y mantenernos saludables, generan un estado de bienestar. Estos estados de bienestar son los que debemos fomentar para alejar los estados depresivos, las tristezas y el sufrimiento.
Cuando compartimos los alimentos, estamos dando algo íntimo de nosotros mismos. Estamos entrando en un plano humano desde sus raíces, desde lo orgánico hasta lo simbólico. Porque compartir una comida o una cena es un acto sagrado de comunión entre unos y otros. De aquí que se genera en nuestros cerebros el sentido del bienestar desde muchas áreas neurológicas. Se activan los sentidos, se estimulan, el cerebro codifica la información aferente que recibe, la almacena y la recupera. Comer activa las áreas de recompensa neurales que satisfacen y equilibran. Todo esto en armonía contribuye a generar serotonina y oxitocina, hormonas de bienestar y del amor.
Compartir los alimentos, o cenar juntos o en familia es también un acto de servir y de preocuparnos por "el otro". Este acto de compartir esos alimentos implica un acto de amor que fortalece la unión entre las personas, el vínculo social humano. Aquí entran en función las activaciones de la neurocompasión. Ese compartir genera ternura, amabilidad, una actitud de no juzgar, de aceptación, de comunión con las otras personas. Al beneficiar a otros con aquello que nos da placer, entramos en una activación completa de varias áreas cerebrales que van a generar una satisfacción en nuestro propio organismo. Esto a su vez nos causa paz, satisfacción y bienestar.
Cenar juntos, compartir, comer en familia o con amigos es también un acto social que fomenta el amor al prójimo. Este tipo de actividad de integración social, cuando se vuelve un ejercicio diario y frecuente va generando bienestar. Además de generar el sentido de humanidad compartida.
Cenar o comer juntos, compartir los alimentos, los deliciosos manjares del bienestar, ese compartir con otras personas activa los circuitos relacionados a la compasión y a su vez, genera en nosotros sensación de paz. Me parece que este tema es importante hoy día, porque cada vez más las familias han abandonado la rutina de sentarse a cenar todos juntos. A veces, sustituyen este momento por un plato frente al televisor, y si esto no fuera suficiente, con un celular en la mano.
Otro aspecto es el previo a la cena o a los alimentos. Ir al mercado, en muchos países agraciados todavía es algo del diario vivir. Se supone que se compren los alimentos diariamente y se sirvan el mismo día. El capitalismo creó la falsa idea de que era bueno rellenar el refrigerador, congelar carnes por montones e ir consumiendo esos alimentos un mes después... El hecho de salir, ir al mercado, disfrutar de la caminata, entrar en el recinto del mercado, recibir el estímulo de los colores, los alimentos, los olores y tener esa experiencia de catar, imaginar y elaborar en la mente el plato a confeccionar, ya genera en nosotros otros procesos mentales beneficiosos. Esto estimula nuestros sentidos y se puede realizar en actitud de Mindfulness. Luego, llegar a casa, incorporar los alimentos, confeccionarlos y prepararlos es un acto de creatividad que estimula un sinnúmero de receptores neurales. Así que cocinar es también un acto de placer y un acto de estimulación cerebral positiva en todos los sentidos. Por eso es importante realizar esta actividad con la conciencia plena de que estamos cocinando o comiendo.
Hasta el olor rico de los alimentos es un estímulo hipocampal. Eso significa que estimula el hipocampo, una región del cerebro que se encarga de la memoria. Nadie puede negar que hay olores que nos traen recuerdos placenteros. El olor del pan recién hecho, las papas cuando hierven... Un perfume en particular... Por otro lado, el olfato es el órgano sensorial más primigenio. Se vincula con la necesidad de supervivencia primitiva. Así, que si en algún momento alguien te dice que tiene el olfato bien desarrollado, créele, porque es que TODOS los humanos lo tenemos bien desarrollados. Es un asunto filogénetico. No es una capacidad exclusiva, sino evolutiva e inclusiva. Esto es así, porque los olores entran al sistema neural sin pasar por el tálamo que es un lugar como una antena en el cerebro que recibe y retransmite. Los olores van directos al bulbo olfatorio y éste a su vez estimula el sistema límbico e hipocampal.
Cuando preparamos un plato delicioso, es posible que pensemos en alguien en particular. Esto es parte del sentido de compasión y de compartir. Eso delicioso que estamos anticipando, lo deseamos compartir con nuestros seres queridos. Quizás esa sea una razón por la que cuando la gente está feliz en un restaurante, o en su casa antes de comer, se pone tan alegre que retratan el plato y lo suben a sus redes sociales.
Es el instinto de cenar juntos, de estrechar lazos familiares, íntimos, de hogar, de unión y solidaridad. Todo esto son actos de amor al prójimo que vienen desde lo más profundo de nuestro ser y que están ahí para que vivamos, disfrutemos, seamos felices y estemos bien.
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